Asesores: democracia antidemocrática

 

Asesores: la democracia antidemocrática

 

 Decía Alfonso Guerra en una entrevista que le hicieron en televisión cuando estaba, con su amigo Felipe, en la cresta de la urna, que, para gobernar, en los tiempos que corrían, y que aun corren, había que saber de todo. Qué razón tenía. Como no se puede saber de todo se tiró de fondo de armario y aparecieron los asesores. Lo de los asesores no es invento de ahora, asesores ha habido siempre, aunque según qué época su suerte corría de una manera o de otra, desde ser cabeza de turco para la guillotina, la horca, el veneno o la hoguera hasta subir a la tribuna de mando y mandar más que el primer mandatario. Pero, no es este el tema de hoy: el final de los alcahuetes de palacio unido a la calidad de su ejercicio, sino la cantidad de estos.

La democracia consagra la decisión del pueblo a través de sus representantes, unos más líderes que otros por razón de sus méritos o de sus méritos aparentes. El pueblo une su destino al destino que trazan sus dirigentes según la percepción que de ellos tienen por lo que dicen, lo que hacen y las medidas y leyes que impulsan. Según este planteamiento, la democracia será más directa y, por lo tanto, más perfecta cuanto más y mejor conozcamos a nuestros representantes. Pero, desgraciadamente, vivimos en un sesgo radicalmente perverso en cuanto al ejercicio de la democracia debido a los asesores. El sesgo consiste en que si lo que un líder dice y hace no es tanto producto de su concepción de la política y de todas las cosas que la rodean sino consecuencia de los consejos y planes de comunicación de sus asesores, la percepción que nos llega de ellos es, simplemente, una confabulación del lenguaje corporal inducido, del vestuario apropiado, de los discursos que le preparan, de los viajes que le convienen, de las reuniones que le favorecen, de los gestos premeditados, de los intereses del partido, de las valoraciones a pie de calle y de las intenciones de voto que canta el finísimo grupo flamenco en el tablao de la demoscopia. No digo que en sí mismos los asesores no sean necesarios, volvamos a recordar las palabras de Alfonso, lo que denuncio como ataque a la esencia de la democracia es la elaboración, a veces burda, a veces obscena, de nuestros líderes, que en muchos casos ni lo son pero que los brebajes intragables de la camarilla de asesores -amigos del alma casi siempre- los prefabrican para darnos a comulgar en el altar de la democracia, las urnas, ruedas de molino. No digo, pues, que no los haya, lo que digo es que no haya tantos. Desde la presidencia de nuestro gobierno (no me atrevo a dar una cifra porque las que conozco me parecen imposibles por escandalosas) hasta el alcalde de pueblos pequeños, la pandemia de los asesores se extiende y se multiplica como un virus antidemocrático que, además, pagan nuestros bolsillos.

No queremos líderes prefabricados, no necesitamos políticos que visten, dicen, actúan y deciden según sus asesores. Y hay dos razones fundamentales para calificar estas prácticas habituales como cáncer invasivo y maligno: a) Nos impiden conocer la esencia del candidato para poder votar con integridad y libertad. b) Nos cuesta un ojo de la cara.

Si el gobierno del traidor Pedro Sánchez -lo siento, pero lo voy a decir- tiene cerca de 800 asesores, más de 300 directamente a su servicio, dicho gobierno no está compuesto por la escandalosa cifra, nunca vista, de 33 kilos de masa gris (un cerebro: 1.500gr.) sino de 1200 kilos, aunque gran parte de dichos cerebros, por llamarlos de alguna manera, sean de mantequilla, sin entrar en si su composición es grasa saturada o insaturada.

Como parte del censo electoral que soy, como votante que decide, como parte del pueblo que elije para perfeccionar nuestra democracia, tengo derecho a saber cómo es realmente el candidato para presidir mi ayuntamiento, mi comunidad autónoma y mi país, sin que interfieran en ese conocimiento directo y desnudo la retahíla de asesores que edulcoran, a costa de nuestros bolsillos, el cariz verdadero del candidato. Solo de esta forma clara y sin tupés maliciosos la democracia saldrá adelante. Si el candidato se equivoca, actuaremos en consecuencia. Si nos miente, lo borraremos del mapa. Esta es la cuestión. Asesores, sí, porque todos tenemos asesores, nuestro hermano, nuestros amigos, nuestros mayores; son sinceros y nos salen gratis. Pero, tener políticos con cientos de asesores que nos cuestan cientos de millones para padecer las mil y una ocurrencias de unos y otros con las que nuestra democracia acaba envenenada, no. Y, no es no.  

 

 

Sevilla, 17 de agosto de 2022


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