La desobediencia de los significados

Mi primera novela se apunta a la desobediencia como táctica de la supervivencia. La desobediencia cobra autonomía y escapa al control de las personas. Desobedecen las emociones y los sentimientos, pero también las palabras y la suerte y la semántica y las leyes naturales y escritas.


Tanto es así, que el broche de esta idea lo pone la repentina conversión del invierno en primavera. 


COMIENZA ASÍ:





LA MAÑANA
Han cantado los gallos, inquilinos atentos de la madrugada, bocinas de la aurora, primeros bullidores del alba. Han pregonado otro despertar, los mismos bostezos, el mismo sol. El sol, lanzado por una perezosa catapulta, comienza a asomarse por oriente, con los ojos colorados todavía y la zancada larga, como un redondo Rey Mago camino del Portal de la mañana. Y salta la mañana retozona y ágil como una mirla en la maleza, y va dibujándonoslo todo al mismo tiempo, muy fresquita, como un pez recién sacado del cañal, como el agua de una fuente escondida entre zarzas flageladoras. Es el amanecer. Hermosa gotera de sol que de pronto todo lo inunda. Él nos da a luz en un parto repentino de transitoria sangre, nos sopla con mimo en nuestra costilla de barro poniéndonos en pie y nos dice al oído palabras recién inventadas, valientes, ribonucleicas, para que podamos echar a andar sin dudarlo y podamos vivir -mientras sigue la vida- junto a cualquier campana, sin que importe el  tamaño de su lengua, la distancia de con Dios, ni el repique definitivo de su   melodía metálica. ¡Que suene el disparo! El amanecer es una sandía abierta y madura con el cerebro rojo y los corazoncitos negros que laten ¡cuidado! cerca de nuestra garganta, una sandía tentadora y mortal lista para comérnosla.


2 comentarios:

  1. La desobediencia de los significados es una novela-ensayo que recrea una vez más el engaño de las apariencias, sobre la vida de un pueblo donde cualquier acontecimiento adquiere proporciones trágico-dramáticas. De este modo los nombres, las palabras, las acciones, los destinos de sus personajes se mueven en una continua desobediencia de aquello que podría esperarse, ya sea de sus caracteres como de sus vidas.
    Agustina del Amanecer, Lola para su sobrino mayor, es la principal protagonista cuyo escenario apenas sobresale al espacio de su propia casa. Su hermana, María del Oeste, Marieste para Agustina, parece elaborado simétricamente, por las características temperamentales bien opuestas a las de su solterona hermana.
    Tomando este binomio como modelo, veremos transcurrir al resto de los personajes entre los que no falta desde el padre de familia, al cura; desde el niño raro al poeta o al tonto grandullón; desde el alcalde hasta el gobernador pasando por la guardia civil... y hasta el tren, que actúa como verdadero leit motiv (como en una obra de Bertold Brecht), ese tren al que Agustina no parece querer subir nunca.
    Pero la simetría no es más que una pura abstracción y la realidad siempre la supera y desborda, idea que encarna la obsesión del juez riguroso, pero obsesivo, quien no se resigna a aceptar la realidad de las cosas, la cual escapa siempre a cualquier nombre que le pueda poner.

    En este pueblo, donde parece que nada importante ocurre, encontraremos asesinatos, corrupción política o a otros niveles, tráfico de influencias, adulterio, delación..., todo ello bajo un silencio unas veces cómplice otras prudente, ya sea por falta de pruebas contundentes ya por los métodos como se obtuvieron las informaciones. No obstante la visión omnisciente del narrador también sabe distinguir encontrando una disculpa a esas debilidades humanas, casi connaturales a sus habitantes, tan diferente de la corrupción o la hipocresía de los poderosos.
    Como fuere, el ambiente, representado por el tiempo y el clima acompañan el devenir de los acontecimientos, a veces también desobedeciendo... un guiño cómplice más, del autor con sus lectores.

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  2. Quien espere encontrar aquí una novela de acción se sentirá frustrado por la lentitud de sus descripciones y la falta de complejidad del argumento. No es una novela negra, ni un trhiller, ni obra de pura ciencia-ficción. Tampoco es posible asimilarla al teatro, aunque se le podría acercar, si no fuera por los apartes continuos del narrador que discurre unas veces por su cuenta mientras otras parece que se asimila al pensamiento de los personajes. En este ejercicio no debemos confundir al autor con el narrador, quien se hace portavoz de una posible manera de encarar las cosas, cuya opinión personal bien podría diferir. En este sentido sería bueno advertir que, como ocurre con otras novelas o ensayos, la ficción no va más allá de la misma, con lo que no es posible extrapolar ni extender la figura del cura, o la del cabo, el guardia civil o los gobernantes a instituciones como la Iglesia, la Benemérita o a ningún político concreto, no al menos en toda su amplitud. Una novela, un ensayo, constituye a menudo una versión parcial, una visión fantástica de las cosas, pero tampoco se ampara en la ficción para decir que cualquier parecido con la realidad sea pura coincidencia. Si alguien cree que hay puntos de conexión entre obra-ficción y realidad... tendrá que componerlos cada uno, pero sin responsabilizar al autor de sus afirmaciones. En este caso diría que se trata más del recurso a unos tópicos presentes, una excusa, que en la creencia firme de la realidad que describe.

    El autor se recrea en el lenguaje, es notorio el gusto por la metáfora, casi mejor alegoría, destacando un estilo muy personal, amante de la ironía y toda la ambigüedad que le brinda el género literario.
    Destaca la descripción psicológica de los personajes, quizá algo caricaturizados, pero cuya naturaleza queda bien plasmada de la forma más verosímil.
    A pesar del tono desenfadado del narrador, cercano al lector de buena voluntad, el libro no está exento de crítica social, con algunas referencias a la realidad no literaria.
    Curiosa es la distinción casi metafísica sobre la conciencia que no siempre se corresponde al grado de consciencia que los personajes tienen de la realidad: ¿ignorancia o falta de valor de afrontar la suya propia? En este proceso se alarga el tiempo hasta alcanzar la madurez tanto de una como de la otra. Ambas son necesarias para poder emitir algún juicio certero, si es que tenemos derecho a ello...
    Creo que este último aspecto le da un valor diferencial al contenido, sumado a ese discurso entre irónico y ambiguo a lo largo del cual uno se va haciendo idea de las cosas, o de los sucesos, que constituye el peculiar estilo de su autor.
    Así como entre la gente del pueblo es posible adivinar los sucesos antes de que ocurran, todos predicen con exactitud relojera sobre los demás, claro está, el autor deja que los sucesos caigan por su propio peso. Se diría de manera realista que el tiempo va desvelando los hechos y devolviendo cada uno a su sitio. Va a resultar al final, que las cosas son lo que son y que las palabras quieren decir cosas...
    Isabel Díaz
    BARCELONA, octubre 2012

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