(viene de la página 20)
para enviarle algún mensaje? Este último interrogante es por el que temió Teresa cuando su amiga le
preguntó por las pesadillas diarias que sufría su hijo. Teresa no quería que esta mujer volviera a
trabarse con las señales quiméricas de un amor que se había marchado para siempre hacía algunos
años.
Un día el chico le contó haber soñado
que había desaparecido. <<¿Cómo se puede soñar la desaparición de uno
mismo?>>. Esto ha trascendido seguramente porque lo ha dejado caer la
madre. Sin duda ha sido ella la que ha tenido el sueño y despertó sobresaltada
y angustiada porque aquella desaparición del niño supondría que él dejaría de
soñar para ella y por lo tanto se quedaba sin los posibles mensajes
esclarecedores sobre el paradero de su primer hombre. <<¡Esto es
delirante!>> Desde luego. Quizás tenga que ver en este sueño tan retorcido
lo que leyó en Medialupa sobre los gorditos desaparecidos y su hipotética
utilización en oscuras tramas políticas y policiales aun sin demostrar y sin
haber puesto de manifiesto siquiera el objetivo último de las mismas.
Esta época de las pesadillas del niño
enigmático tuvo otra peculiaridad en cuanto a sus fases. Al principio eran
desagradables pero a medida que pasaba el tiempo, los malos sueños se aplacaron
y ocuparon su lugar mental en el chico, historietas e imágenes que a pesar de
ser fantásticas suponían recreaciones más atractivas y felices. Las
experiencias llegaron a cautivarla de tal manera que la mujer vivía pendiente
de lo que su hijo soñaba por la noche hasta el punto de que se sintió
enganchada por los caprichosos delirios complacientes de su hijo como si de un
juego de la playstation se tratara. <<¿Siguió
dándole significado trascendente a lo que le contaba el pequeño en esta segunda
fase?>> No es fácil responder a esto porque bien sea por el origen del
sueño o bien por su relato, incluido lo que a mi mano corresponde, había cosas
que no quedaban suficientemente claras ni tenían un valor determinante si bien,
también hay que decirlo, el ejercicio interpretativo por parte de la mujer en
esta segunda fase era más clarividente ya que sentía inequívocas evidencias de
que lo soñado por el haragán de su pequeño apuntaba más al segundo hombre que
había entrado en su vida que al primero. <<¿Segundo hombre? ¡Lo que
faltaba!>> Creo que lo mejor es ir viéndolo al tiempo que sucede y estar
atentos a las posibles conexiones y explicaciones que se volatilizan o se
decantan. No obstante lo dicho, la mujer dudó del valor premonitorio de las
pesadillas del niño cuando supo lo del sueño de la hormiga de goma. Ese día su
hijo le contó un sueño extraño que había tenido la noche anterior pero –aquí
empezó el cambio— del que guardaba un recuerdo agradable. Por eso estaría ya en
la época en la que lo que soñaba no le obligaba a gritar y a despertarse bajo
la definición extrema de un horror nocturno infantil. Pero claro —pudo pensar
la mujer— si no hay gritos que me avisen no podré enterarme de los posibles
mensajes.
Su cama cayó al vacío a gran
velocidad hasta que se desaceleró rápidamente para quedar suspendida en el aire
a una cuarta aproximadamente del suelo de una habitación –podría ser la de la
chimenea— en la que alguien sentado en un sillón de orejeras fumaba
plácidamente. La cama acabó de aterrizar y el niño sintió los cuatro pequeños
golpes sucesivos que indicaban el contacto con el suelo de cada una de las
patas. Aquella noche no gritó. El viaje a aquel abismo indeterminado había sido
placentero igual que lo fueron los cambios bruscos de la velocidad de caída.
Cosquillas en el estómago, taponamiento de los oídos, movimiento inércico de su pelo rubio y abundante. Estaba en pijama. El
señor de espaldas que fumaba en el sillón, ni se coscó. Enseguida vio aparecer
por los pies de la cama dos antenas negras que giraban como los ojos de un
camaleón hacia todas direcciones. Detrás de las antenas emergió la cabeza negra
donde estaban sujetas. Era una hormiga enorme. Lentamente se subió a la cama
como si fuera un niño chico que quisiera jugar con la sábanas y con el
arropado. Cuando el animal tuvo sus tres partes estrechamente diferenciadas
encima de la cama tacteó con sus antenas y se movió
hacia el cuerpo del niño. Al principio la criatura sintió desasosiego pero en
lugar de gritar llamando a su madre decidió plantar cara al insecto gigante el
cual actuaba con una falta total de desafío. Por lógico instinto de
supervivencia elevó el pié derecho y lo dejó caer con todas sus fuerzas sobre
la uva negra y enorme del vientre de la intrusa. Lejos de reventar al animal,
que era lo que pretendía aunque salpicara la cama, su pie rebotó. <<¿Rebotó?>>
Eso es. Aquella hormiga negra y brillante era de goma. <<¿Made in
China?>>. No; los sueños aun no se copian. Sin duda el niño tenía delante
de sus ojos a la reina jurásica de las hormigas negras y cabezonas. Tras
recibir el talonazo el insecto siguió a
lo suyo; ni se inmutó. Se acercó parsimonioso a los dedos de su pie izquierdo y
comenzó a cortarle las uñas servilmente con las tenazas de su boca. Le hacía
cosquillas. Era placentero comprobar la habilidad del insecto haciéndole la
pedicura.
Cuando iba podando por el dedo
corazón otra antena asomó por los pies de la cama. El hombre sentado de
espaldas se giró hacia él. Era hora de despertarse y el niño se despertó sin
gritar ni llorar. Sin llegar a ver el rostro del hombre rubio del sillón.
—
¿Le
viste la cara al fumador del sillón cuando se giró? —le preguntó su
madre después.
Él contestó que
no, que todo había sido muy rápido y que solo recordaba que cuando debía de
despertarse en el sueño, se despertó. Después de contárselo a su madre el chico
medita sobre su breve relato y cree que el vientre de la hormiga más que una
uva negra parecía una aceituna Picual madura, negra ya, a punto de reventar.
<<¡Con lo que mancha el aceite!>>. Más mancha el desamor o la
desesperanza.
A su madre le resulta inevitable relacionar cualquier cosa
extraña —como los sueños de su hijo, tan
deseado, que son sus sueños— con los recuerdos que le traen al presente la
inexplicable huida, hace unos años, de aquel joven tan especial, enamoradizo,
guapo, charlatán, el tal Pastor. Aquella persona influyó en su vida y en las
relaciones con su familia —ésta sí que es especial— radicalmente. Le enseñó a
desamontonar las cosas con claridad para poder vivir sin engaños. Vivir de
montón en montón, bien para saltar por encima de ellos como si fueran
promontorios de estiércol o simplemente para evitarlos y olvidarlos, es querer
vivir a salto de mata. Le enseñó a separar con criterio y honradez lo que son
las ideas de lo que son simples pretextos; lo que es la nomenclatura de los
sentimientos, del magma físico —coloquial— de vivirlos personalmente. “Amor. Placer. Dolor. Ira. Paciencia.
Verdad. Orgullo. Sexo. Perdón”. <<¿Solo eso?>> No. Las
probabilidades de la escala de colores del ámbito de cada uno de los reinos
enumerados son casi infinitas pero suficientes en este momento de la
historia.
Hay que estar
desesperado, ¿desquiciado?, por las ilusiones cuando para encontrar el porqué a
cuestiones importantes como es el sentido de nuestra vida o de nuestra espera o
de nuestras ausencias hay que echar mano de las pesadillas de un niño que hace
años que lo fue. Sean positivas o negativas, amables o amargas, no dejan de ser
construcciones equívocas que una mente inmadura –levadura fósil— pone en marcha
para justificar el pedregoso descanso nocturno. ¿De verdad se puede ver o
esperar algo más que eso en este tipo de sueños, se pueden encontrar mensajes
concretos en el desfoliamiento de sus
significados? Todo esto lo tratamos sin tener en cuenta, claro, las opiniones
de los llamados especialistas —siquiatras, sicólogos, orientadores, en fin…—
porque en caso contrario, el resultado sería un desquiciamiento general.
Esta madre
desnortada confunde las ilusiones que crea nuestra mente cuando está despierta
para alimentar la vanidad de la esperanza, con las ilusiones deformadas
inconscientemente por una cabeza infantil mientras atraviesa el estrecho
guirigay del sueño. Esta mujer busca respuestas en las fantasías irracionales
de un niño, caprichoso como todos, en lugar de escudriñar en el pasado que ella
protagonizó, cuarto trastero de sus propias culpas. Debió haber algún error
–que lo hubo—, aunque ella no lo recuerde, que justifique el rumbo capicúa y no
deseado que tomó su vida, quizás cuando más feliz era.
Al leer
recientemente lo publicado por el diario Medialupa sobre los niños
desaparecidos, han recrudecido sus vivencias y las consecuencias de todas ellas
sobre el momento crítico clave de la vida de esta mujer, sin duda, la pérdida
de su bebé. Sin embargo, después de hacer algunas cábalas, cree que no es
probable que aquella desaparición estuviera dentro del periodo de tiempo
considerado por el periodista en su inquietante información.
Ser feliz no
significa nada, no serlo tampoco. Vivir o morir es lo que cuenta porque alegría
o tristeza dependen de la motricidad afectiva que genera lo que ya poseemos o
quizás, pero solo un poco, aquello a lo que aspiramos; si la motricidad
asignada a nuestro espíritu es positiva tenemos más posibilidades de ser
felices que si es negativa. Esta mujer es ahora muy feliz porque ama a un
hombre. <<¿El segundo hombre?>> Bueno también lo fue hace unos años
con otro que pasó como un cometa dejando el rescoldo abrasador de su polvo
cósmico. La cuestión es que un mismo hecho puede ser causa de quimeras muy
distintas en personas diferentes. Lo que cambia un poco las cosas, en
principio, es que aquel hombre, el primero, la amaba profundamente —<<¿Y
el que ahora tiene no?>>—. Le hacía sentirse una mujer arrolladora con
personalidad imperturbable. Incluso le hacía saberse una mujer de un físico
envidiable. Quizás sus adornos naturales no daban para tanto pero su
sentimiento posesivo estaba alimentado por la voz y las manos de un gigante
entregado al disfrute de su corazón. La voz y las manos eran las herramientas
inteligentes de su sentido de la posesión. Pero quizás ella esté confundiendo
los sentimientos que experimenta mientras espera noticias, aunque sea a través
de los sueños, del hombre primero con el que se descubrió mujer y decidió
serlo, con los que está comenzando a sentir al lado de un nuevo hombre junto al
que está aprendiendo que el tiempo pasa sin ser nunca el mismo aunque lo
parezca y por eso hay que aprender a diferenciar cada momento porque cada
minuto es decisivo hasta el último segundo. El tiempo es tan distinto en sí
mismo que si aguantáramos la respiración durante varios intervalos con cómputos
idénticos la suma de estos nos produciría la muerte por asfixia después de un
rato. Quizás no sepamos —¿lo sabe ella?— de qué hombre son la voz y las
palabras con las que juega en su repentina vida. ¿De aquel con el que se cayó
la primera vez al abismo del amor o de este otro que ahora le apaga los
instintos cuando los de los dos ya se derraman como una mirra prodigiosa,
cuando ya entre los dos los sofocan con la tempestad de los gritos de auxilio
al implacable Cupido?. No está claro si es la ausencia extraña de aquel
muchacho la que está zarandeando la felicidad o más bien la tranquilidad de
esta madre o es la llegada de otro adán no menos singular. Quizás esta mujer ha
errado al situar la génesis o la justificación de los sueños de su hijo
fantástico y algo rebelde. Lo iremos viendo.
<<Su cuerpo.
Los códigos enrocados de su mirada. La fuerza sutil al abrazarla. La intención
triunfal al quitarle la ropa. La contemplación primitiva y salvaje de su cuerpo
desnudo. El ataque delicado —siempre diferente— para hacerle el amor. La
redondez de sus mordiscos. El sonido verbal de su resuello. Sus manos
sacerdotales descifrando el insignificante braille de su piel de cerval al sol.
Las zambullidas maravillosas en el estanque de su vientre con las que deja a la
vista el ombligo, epicentro de las ondas expansivas que se han formado sobre la
superficie tranquila de su regazo. La manera mágica y metódica de beberse el
atrezo hortofrutícola de la fuente de la vida y del placer sobre su brocal
mullido. Sus hebras de azafrán negro tan delicadamente trenzadas. Brillantes.
Sabrosas. Alfiles de la excitación abrasiva. Y todos tus demás secretos
respirando como quejidos armónicos de la misma partitura, sortilegios
inmateriales del abismo celestial que representas, mujer. ¡Ay! la inquieta
babosa gorda de su lengua contorsionándose, inteligente, por los escondrijos de
tu boca como herida de muerte placentera. Piensa en él. Como el hombre que era
la hizo reinar para sentirse la mujer única que fue, que cree que sigue
siendo>>
-
—
Con Pastor supongo.
-
—
No se.
Y a esta mezcla
confusa de tiempos y amores y sensaciones y hombres y corazones y besos y
caricias y deseos y miedos se unen otros afluentes de su cuenca y de cuencas
vecinas del mapa crítico de la vida que arrastran con fuerza desmedida dudas de
peso que no sabe en qué remanso quedarán cuando amaine la crecida.
Depender del otro
es un hecho peligroso. Desde que él se apoderó de ella aquel día que se le coló
por los ojos mientras la miraba como nadie la había mirado se sintió una mujer
poderosa y singular. Quizás con él dentro se olvidó de que ella también tenía
su propio interior aunque entonces anduviera suplantado o dormido. En realidad
ella era únicamente la forma de ser
—extraordinaria— en la que era poseída en todos los sentidos. Había
llegado a esto por permitir que el amor lo invadiera todo como el agua salvaje
de una riada. Peligro. Cuando él desapareció esta mujer tuvo que reconstruirse
interiormente desde el corazón a la cabeza. Unos lo llaman amor. Otros,
encoñamiento. La extraordinaria rareza con la que se produjo la desaparición de
su hombre sin dejar rastro es lo que causó el tremendo dolor de esta mujer y, después,
la fabulosa ilusión con la que anhela su regreso. <<¿Pero de qué hombre
hablamos del primero o del segundo?>> Ni ella misma sabe distinguir si
las pesadillas que brotan por las noches en la habituación del hijo son
mensajes para entender la ausencia de Pastor o para vacunarse contra las
posibles desapariciones de un segundo
hombre que ya toca su puerta con los nudillos de la mano derecha dispuesta del
revés. La realidad es como las moscas, empecinadas pero cambiantes; igual te
lamen donde acaban de cagarse. De cualquier forma estarán en juego amor y sexo.
El segundo hombre
Lo recuerda muy
bien. Aquel día la mujer se levantó con una sensación extraña. Amenazadora.
<<Parecía que me lo estaban diciendo>> —se dijo después. Él había
salido temprano, viajaba fuera de la ciudad. Le besó la mejilla y la frente.
Aquel día ella se dio cuenta de los besos más que ningún día y del suave golpe
de la puerta de la calle sellando el adiós. A esa hora nada hacía presagiar el
misterioso desenlace. Fue al levantarse ella casi hora y media después cuando
le asaltó la sensación general de un extraño sentimiento. Sus malos augurios se
confirmaron cuando pasaron las diez de la mañana y no la había llamado.
Llegaron las once y aquel mal ánimo general explotó en lágrimas que contuvo
como pudo. Fue al cuarto de baño de la oficina y se desahogó. Después se retocó
y salió de nuevo para sentarse en su mesa. Supo que algo trágico estaba pasando
o, seguramente, había pasado.
Hoy esta mujer
cose los recuerdos y las presunciones con los sueños extravagantes de su hijo.
¿Hay razones para ello? Es evidente que para ella sí porque se ha dado cuenta
en sus innumerables repasos de aquel tiempo perfecto que aquel hombre le había
regalado —ahora sí piensa en Pastor— que su increíble galán actual está trufado
de incógnitas. <<¡Y qué esperabas mujer mía! Somos hombres al Este del
Jardín donde el viento ingobernable mecía —si es que no lo mece aun— el manzano
de la Ciencia del Bien y del Mal. Dejemos pues de una vez los halos de
perfección —también los que enredan en lo del juego del amor— porque tarde o
temprano cualquier tontería hará girar la veleta que nos guía y todo se torcerá
a gusto de la primera casualidad que se nos cruce bien como castigo bien como
milagro dando al traste con nuestras expectativas>> <<Perdón, se me
ocurre preguntar si existen lágrimas perfectas>> No lo sé porque las
lágrimas no tienen alma son atrezo de otras almas simplemente. <<Claro.
Natural>>.
Volvamos a las
incógnitas. Plantearlas sobre la vida feliz que esta mujer llevó hace varios
años —hablamos de Pastor otra vez— quizás sea injusto por lo duras que fueron
pero ella misma las ha recordado y sugerido. ¿Y hacerlo sobre la que ahora
tiene tan segura como está otra vez de su felicidad y del amor que le profesan?
No sabría qué decir. De nuevo tira de la arrogancia de su belleza mil veces
proclamada por unos labios que la alborotan y la tranquilizan y le dicen
irresistibles fonemas de cristal irrompibles y la besan con mágico dulzor y la
preparan de esa manera tan sabia y delicada para ser poseída con movimientos
infantiles pero cargados de egoísta deseo concupiscente. <Maravilloso.
Maravilloso. Para ti es mi abismo. Para ti es mi abismo. Para ti es…>>
—le susurra ella empujando con su lengua estas palabras dentro del oído de su
amante obligando a las más sonrojantes con la punta redondeada y tersa a que
entren de una vez. Y él ya suspendido en lo más primitivo y tosco del
precipicio donde han caído los dos deja escapar la gloriosa muletilla en el
tránsito del acto que acaba, <<Te follo. Te follo. Te follo>>. Pues
sí ella se refiere ahora al segundo hombre tan expulsado del Paraíso como el
primero.
Las incógnitas son
pequeñas dudas que no soportan el trámite riguroso de la verdad lógica.
<<¿De dónde vino aquel muchacho con aquella facilidad para vivir y para
convencer a los otros sobre el momento oportuno en el que había que dejar caer
el lastre de la vida? ¿Es posible vivir como él —mi otro amor, mi nuevo amante—
sin dudas ni problemas aparentes? ¿Por qué podía y puede —se refiere a los dos
hombres— amar con tan constante intensidad? ¿Por qué no pensé alguna vez que
aquello y esto no puede ser verdad tratándose de nosotros los hombres ya
expulsados a este Este invernal?>> —cavilaba ella.
Siempre creemos
que el domingo solo consiste en el momento en el que nos dan el dinero ¡que
alegría! para ir al cine. Bueno hoy habría que decir Día del espectador. No
sabemos ver el momento futuro, casi inmediato, en el que nos lo gastamos en la
entrada para ver la película y en dos gominolas de animalitos y una bolsa de
palomitas, ni somos capaces de apreciar como domingo la música de la sala ni
aquellos dispersos instantes en los que seguramente —¡joder!— acabaremos
llorando por alguna muerte traicionera o algún beso tan esperado como imposible.
No nos gusta —probablemente— el Fin o The end de la mayoría de los
largometrajes y de los domingos. Nos resistimos a admitir que mañana será lunes
como lunes serán —con su timbre depresivo— todos los momentos de contrariedad
que nos toman por las orejas como a conejos vivos —al pronto troceados— ante
los ajos que se doran inocentemente en la sartén. Eso son los lunes,
desengaños, y eso tienen, un tufillo renaciente a final crónico de la alegría.
Joder, joder.
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