G.R.A.S.A. (pag. 21-30)

(viene de la página 20) 

para enviarle algún mensaje? Este último interrogante es por el que temió Teresa cuando su amiga le

 preguntó por las pesadillas diarias que sufría su hijo. Teresa no quería que esta mujer volviera a

 trabarse con las señales quiméricas de un amor que se había marchado para siempre hacía algunos

 años.

Un día el chico le contó haber soñado que había desaparecido. <<¿Cómo se puede soñar la desaparición de uno mismo?>>. Esto ha trascendido seguramente porque lo ha dejado caer la madre. Sin duda ha sido ella la que ha tenido el sueño y despertó sobresaltada y angustiada porque aquella desaparición del niño supondría que él dejaría de soñar para ella y por lo tanto se quedaba sin los posibles mensajes esclarecedores sobre el paradero de su primer hombre. <<¡Esto es delirante!>> Desde luego. Quizás tenga que ver en este sueño tan retorcido lo que leyó en Medialupa sobre los gorditos desaparecidos y su hipotética utilización en oscuras tramas políticas y policiales aun sin demostrar y sin haber puesto de manifiesto siquiera el objetivo último de las mismas.

 

Esta época de las pesadillas del niño enigmático tuvo otra peculiaridad en cuanto a sus fases. Al principio eran desagradables pero a medida que pasaba el tiempo, los malos sueños se aplacaron y ocuparon su lugar mental en el chico, historietas e imágenes que a pesar de ser fantásticas suponían recreaciones más atractivas y felices. Las experiencias llegaron a cautivarla de tal manera que la mujer vivía pendiente de lo que su hijo soñaba por la noche hasta el punto de que se sintió enganchada por los caprichosos delirios complacientes de su hijo como si de un juego de la playstation se tratara. <<¿Siguió dándole significado trascendente a lo que le contaba el pequeño en esta segunda fase?>> No es fácil responder a esto porque bien sea por el origen del sueño o bien por su relato, incluido lo que a mi mano corresponde, había cosas que no quedaban suficientemente claras ni tenían un valor determinante si bien, también hay que decirlo, el ejercicio interpretativo por parte de la mujer en esta segunda fase era más clarividente ya que sentía inequívocas evidencias de que lo soñado por el haragán de su pequeño apuntaba más al segundo hombre que había entrado en su vida que al primero. <<¿Segundo hombre? ¡Lo que faltaba!>> Creo que lo mejor es ir viéndolo al tiempo que sucede y estar atentos a las posibles conexiones y explicaciones que se volatilizan o se decantan. No obstante lo dicho, la mujer dudó del valor premonitorio de las pesadillas del niño cuando supo lo del sueño de la hormiga de goma. Ese día su hijo le contó un sueño extraño que había tenido la noche anterior pero –aquí empezó el cambio— del que guardaba un recuerdo agradable. Por eso estaría ya en la época en la que lo que soñaba no le obligaba a gritar y a despertarse bajo la definición extrema de un horror nocturno infantil. Pero claro —pudo pensar la mujer— si no hay gritos que me avisen no podré enterarme de los posibles mensajes.

 

Su cama cayó al vacío a gran velocidad hasta que se desaceleró rápidamente para quedar suspendida en el aire a una cuarta aproximadamente del suelo de una habitación –podría ser la de la chimenea— en la que alguien sentado en un sillón de orejeras fumaba plácidamente. La cama acabó de aterrizar y el niño sintió los cuatro pequeños golpes sucesivos que indicaban el contacto con el suelo de cada una de las patas. Aquella noche no gritó. El viaje a aquel abismo indeterminado había sido placentero igual que lo fueron los cambios bruscos de la velocidad de caída. Cosquillas en el estómago, taponamiento de los oídos, movimiento inércico de su pelo rubio y abundante. Estaba en pijama. El señor de espaldas que fumaba en el sillón, ni se coscó. Enseguida vio aparecer por los pies de la cama dos antenas negras que giraban como los ojos de un camaleón hacia todas direcciones. Detrás de las antenas emergió la cabeza negra donde estaban sujetas. Era una hormiga enorme. Lentamente se subió a la cama como si fuera un niño chico que quisiera jugar con la sábanas y con el arropado. Cuando el animal tuvo sus tres partes estrechamente diferenciadas encima de la cama tacteó con sus antenas y se movió hacia el cuerpo del niño. Al principio la criatura sintió desasosiego pero en lugar de gritar llamando a su madre decidió plantar cara al insecto gigante el cual actuaba con una falta total de desafío. Por lógico instinto de supervivencia elevó el pié derecho y lo dejó caer con todas sus fuerzas sobre la uva negra y enorme del vientre de la intrusa. Lejos de reventar al animal, que era lo que pretendía aunque salpicara la cama, su pie rebotó. <<¿Rebotó?>> Eso es. Aquella hormiga negra y brillante era de goma. <<¿Made in China?>>. No; los sueños aun no se copian. Sin duda el niño tenía delante de sus ojos a la reina jurásica de las hormigas negras y cabezonas. Tras recibir el talonazo  el insecto siguió a lo suyo; ni se inmutó. Se acercó parsimonioso a los dedos de su pie izquierdo y comenzó a cortarle las uñas servilmente con las tenazas de su boca. Le hacía cosquillas. Era placentero comprobar la habilidad del insecto haciéndole la pedicura.

Cuando iba podando por el dedo corazón otra antena asomó por los pies de la cama. El hombre sentado de espaldas se giró hacia él. Era hora de despertarse y el niño se despertó sin gritar ni llorar. Sin llegar a ver el rostro del hombre rubio del sillón.

      ¿Le viste la cara al fumador del sillón cuando se giró? —le preguntó su 

     madre después.

Él contestó que no, que todo había sido muy rápido y que solo recordaba que cuando debía de despertarse en el sueño, se despertó. Después de contárselo a su madre el chico medita sobre su breve relato y cree que el vientre de la hormiga más que una uva negra parecía una aceituna Picual madura, negra ya, a punto de reventar. <<¡Con lo que mancha el aceite!>>. Más mancha el desamor o la desesperanza.

A su madre le resulta inevitable relacionar cualquier cosa extraña  —como los sueños de su hijo, tan deseado, que son sus sueños— con los recuerdos que le traen al presente la inexplicable huida, hace unos años, de aquel joven tan especial, enamoradizo, guapo, charlatán, el tal Pastor. Aquella persona influyó en su vida y en las relaciones con su familia —ésta sí que es especial— radicalmente. Le enseñó a desamontonar las cosas con claridad para poder vivir sin engaños. Vivir de montón en montón, bien para saltar por encima de ellos como si fueran promontorios de estiércol o simplemente para evitarlos y olvidarlos, es querer vivir a salto de mata. Le enseñó a separar con criterio y honradez lo que son las ideas de lo que son simples pretextos; lo que es la nomenclatura de los sentimientos, del magma físico —coloquial— de vivirlos personalmente.    “Amor. Placer. Dolor. Ira. Paciencia. Verdad. Orgullo. Sexo. Perdón”. <<¿Solo eso?>> No. Las probabilidades de la escala de colores del ámbito de cada uno de los reinos enumerados son casi infinitas pero suficientes en este momento de la historia. 

 

Hay que estar desesperado, ¿desquiciado?, por las ilusiones cuando para encontrar el porqué a cuestiones importantes como es el sentido de nuestra vida o de nuestra espera o de nuestras ausencias hay que echar mano de las pesadillas de un niño que hace años que lo fue. Sean positivas o negativas, amables o amargas, no dejan de ser construcciones equívocas que una mente inmadura –levadura fósil— pone en marcha para justificar el pedregoso descanso nocturno. ¿De verdad se puede ver o esperar algo más que eso en este tipo de sueños, se pueden encontrar mensajes concretos en el desfoliamiento de sus significados? Todo esto lo tratamos sin tener en cuenta, claro, las opiniones de los llamados especialistas —siquiatras, sicólogos, orientadores, en fin…— porque en caso contrario, el resultado sería un desquiciamiento general.

Esta madre desnortada confunde las ilusiones que crea nuestra mente cuando está despierta para alimentar la vanidad de la esperanza, con las ilusiones deformadas inconscientemente por una cabeza infantil mientras atraviesa el estrecho guirigay del sueño. Esta mujer busca respuestas en las fantasías irracionales de un niño, caprichoso como todos, en lugar de escudriñar en el pasado que ella protagonizó, cuarto trastero de sus propias culpas. Debió haber algún error –que lo hubo—, aunque ella no lo recuerde, que justifique el rumbo capicúa y no deseado que tomó su vida, quizás cuando más feliz era.

Al leer recientemente lo publicado por el diario Medialupa sobre los niños desaparecidos, han recrudecido sus vivencias y las consecuencias de todas ellas sobre el momento crítico clave de la vida de esta mujer, sin duda, la pérdida de su bebé. Sin embargo, después de hacer algunas cábalas, cree que no es probable que aquella desaparición estuviera dentro del periodo de tiempo considerado por el periodista en su inquietante información.  

 

Ser feliz no significa nada, no serlo tampoco. Vivir o morir es lo que cuenta porque alegría o tristeza dependen de la motricidad afectiva que genera lo que ya poseemos o quizás, pero solo un poco, aquello a lo que aspiramos; si la motricidad asignada a nuestro espíritu es positiva tenemos más posibilidades de ser felices que si es negativa. Esta mujer es ahora muy feliz porque ama a un hombre. <<¿El segundo hombre?>> Bueno también lo fue hace unos años con otro que pasó como un cometa dejando el rescoldo abrasador de su polvo cósmico. La cuestión es que un mismo hecho puede ser causa de quimeras muy distintas en personas diferentes. Lo que cambia un poco las cosas, en principio, es que aquel hombre, el primero, la amaba profundamente —<<¿Y el que ahora tiene no?>>—. Le hacía sentirse una mujer arrolladora con personalidad imperturbable. Incluso le hacía saberse una mujer de un físico envidiable. Quizás sus adornos naturales no daban para tanto pero su sentimiento posesivo estaba alimentado por la voz y las manos de un gigante entregado al disfrute de su corazón. La voz y las manos eran las herramientas inteligentes de su sentido de la posesión. Pero quizás ella esté confundiendo los sentimientos que experimenta mientras espera noticias, aunque sea a través de los sueños, del hombre primero con el que se descubrió mujer y decidió serlo, con los que está comenzando a sentir al lado de un nuevo hombre junto al que está aprendiendo que el tiempo pasa sin ser nunca el mismo aunque lo parezca y por eso hay que aprender a diferenciar cada momento porque cada minuto es decisivo hasta el último segundo. El tiempo es tan distinto en sí mismo que si aguantáramos la respiración durante varios intervalos con cómputos idénticos la suma de estos nos produciría la muerte por asfixia después de un rato. Quizás no sepamos —¿lo sabe ella?— de qué hombre son la voz y las palabras con las que juega en su repentina vida. ¿De aquel con el que se cayó la primera vez al abismo del amor o de este otro que ahora le apaga los instintos cuando los de los dos ya se derraman como una mirra prodigiosa, cuando ya entre los dos los sofocan con la tempestad de los gritos de auxilio al implacable Cupido?. No está claro si es la ausencia extraña de aquel muchacho la que está zarandeando la felicidad o más bien la tranquilidad de esta madre o es la llegada de otro adán no menos singular. Quizás esta mujer ha errado al situar la génesis o la justificación de los sueños de su hijo fantástico y algo rebelde. Lo iremos viendo.

 

<<Su cuerpo. Los códigos enrocados de su mirada. La fuerza sutil al abrazarla. La intención triunfal al quitarle la ropa. La contemplación primitiva y salvaje de su cuerpo desnudo. El ataque delicado —siempre diferente— para hacerle el amor. La redondez de sus mordiscos. El sonido verbal de su resuello. Sus manos sacerdotales descifrando el insignificante braille de su piel de cerval al sol. Las zambullidas maravillosas en el estanque de su vientre con las que deja a la vista el ombligo, epicentro de las ondas expansivas que se han formado sobre la superficie tranquila de su regazo. La manera mágica y metódica de beberse el atrezo hortofrutícola de la fuente de la vida y del placer sobre su brocal mullido. Sus hebras de azafrán negro tan delicadamente trenzadas. Brillantes. Sabrosas. Alfiles de la excitación abrasiva. Y todos tus demás secretos respirando como quejidos armónicos de la misma partitura, sortilegios inmateriales del abismo celestial que representas, mujer. ¡Ay! la inquieta babosa gorda de su lengua contorsionándose, inteligente, por los escondrijos de tu boca como herida de muerte placentera. Piensa en él. Como el hombre que era la hizo reinar para sentirse la mujer única que fue, que cree que sigue siendo>>

-       — Con Pastor supongo.

-       — No se.

 

Y a esta mezcla confusa de tiempos y amores y sensaciones y hombres y corazones y besos y caricias y deseos y miedos se unen otros afluentes de su cuenca y de cuencas vecinas del mapa crítico de la vida que arrastran con fuerza desmedida dudas de peso que no sabe en qué remanso quedarán cuando amaine la crecida.

Depender del otro es un hecho peligroso. Desde que él se apoderó de ella aquel día que se le coló por los ojos mientras la miraba como nadie la había mirado se sintió una mujer poderosa y singular. Quizás con él dentro se olvidó de que ella también tenía su propio interior aunque entonces anduviera suplantado o dormido. En realidad ella era únicamente la forma de ser             —extraordinaria— en la que era poseída en todos los sentidos. Había llegado a esto por permitir que el amor lo invadiera todo como el agua salvaje de una riada. Peligro. Cuando él desapareció esta mujer tuvo que reconstruirse interiormente desde el corazón a la cabeza. Unos lo llaman amor. Otros, encoñamiento. La extraordinaria rareza con la que se produjo la desaparición de su hombre sin dejar rastro es lo que causó el tremendo dolor de esta mujer y, después, la fabulosa ilusión con la que anhela su regreso. <<¿Pero de qué hombre hablamos del primero o del segundo?>> Ni ella misma sabe distinguir si las pesadillas que brotan por las noches en la habituación del hijo son mensajes para entender la ausencia de Pastor o para vacunarse contra las posibles  desapariciones de un segundo hombre que ya toca su puerta con los nudillos de la mano derecha dispuesta del revés. La realidad es como las moscas, empecinadas pero cambiantes; igual te lamen donde acaban de cagarse. De cualquier forma estarán en juego amor y sexo.

 

El segundo hombre

Lo recuerda muy bien. Aquel día la mujer se levantó con una sensación extraña. Amenazadora. <<Parecía que me lo estaban diciendo>> —se dijo después. Él había salido temprano, viajaba fuera de la ciudad. Le besó la mejilla y la frente. Aquel día ella se dio cuenta de los besos más que ningún día y del suave golpe de la puerta de la calle sellando el adiós. A esa hora nada hacía presagiar el misterioso desenlace. Fue al levantarse ella casi hora y media después cuando le asaltó la sensación general de un extraño sentimiento. Sus malos augurios se confirmaron cuando pasaron las diez de la mañana y no la había llamado. Llegaron las once y aquel mal ánimo general explotó en lágrimas que contuvo como pudo. Fue al cuarto de baño de la oficina y se desahogó. Después se retocó y salió de nuevo para sentarse en su mesa. Supo que algo trágico estaba pasando o, seguramente, había pasado.

Hoy esta mujer cose los recuerdos y las presunciones con los sueños extravagantes de su hijo. ¿Hay razones para ello? Es evidente que para ella sí porque se ha dado cuenta en sus innumerables repasos de aquel tiempo perfecto que aquel hombre le había regalado —ahora sí piensa en Pastor— que su increíble galán actual está trufado de incógnitas. <<¡Y qué esperabas mujer mía! Somos hombres al Este del Jardín donde el viento ingobernable mecía —si es que no lo mece aun— el manzano de la Ciencia del Bien y del Mal. Dejemos pues de una vez los halos de perfección —también los que enredan en lo del juego del amor— porque tarde o temprano cualquier tontería hará girar la veleta que nos guía y todo se torcerá a gusto de la primera casualidad que se nos cruce bien como castigo bien como milagro dando al traste con nuestras expectativas>> <<Perdón, se me ocurre preguntar si existen lágrimas perfectas>> No lo sé porque las lágrimas no tienen alma son atrezo de otras almas simplemente. <<Claro. Natural>>.

 

Volvamos a las incógnitas. Plantearlas sobre la vida feliz que esta mujer llevó hace varios años —hablamos de Pastor otra vez— quizás sea injusto por lo duras que fueron pero ella misma las ha recordado y sugerido. ¿Y hacerlo sobre la que ahora tiene tan segura como está otra vez de su felicidad y del amor que le profesan? No sabría qué decir. De nuevo tira de la arrogancia de su belleza mil veces proclamada por unos labios que la alborotan y la tranquilizan y le dicen irresistibles fonemas de cristal irrompibles y la besan con mágico dulzor y la preparan de esa manera tan sabia y delicada para ser poseída con movimientos infantiles pero cargados de egoísta deseo concupiscente. <Maravilloso. Maravilloso. Para ti es mi abismo. Para ti es mi abismo. Para ti es…>> —le susurra ella empujando con su lengua estas palabras dentro del oído de su amante obligando a las más sonrojantes con la punta redondeada y tersa a que entren de una vez. Y él ya suspendido en lo más primitivo y tosco del precipicio donde han caído los dos deja escapar la gloriosa muletilla en el tránsito del acto que acaba, <<Te follo. Te follo. Te follo>>. Pues sí ella se refiere ahora al segundo hombre tan expulsado del Paraíso como el primero.

Las incógnitas son pequeñas dudas que no soportan el trámite riguroso de la verdad lógica. <<¿De dónde vino aquel muchacho con aquella facilidad para vivir y para convencer a los otros sobre el momento oportuno en el que había que dejar caer el lastre de la vida? ¿Es posible vivir como él —mi otro amor, mi nuevo amante— sin dudas ni problemas aparentes? ¿Por qué podía y puede —se refiere a los dos hombres— amar con tan constante intensidad? ¿Por qué no pensé alguna vez que aquello y esto no puede ser verdad tratándose de nosotros los hombres ya expulsados a este Este invernal?>> —cavilaba ella.

Siempre creemos que el domingo solo consiste en el momento en el que nos dan el dinero ¡que alegría! para ir al cine. Bueno hoy habría que decir Día del espectador. No sabemos ver el momento futuro, casi inmediato, en el que nos lo gastamos en la entrada para ver la película y en dos gominolas de animalitos y una bolsa de palomitas, ni somos capaces de apreciar como domingo la música de la sala ni aquellos dispersos instantes en los que seguramente —¡joder!— acabaremos llorando por alguna muerte traicionera o algún beso tan esperado como imposible. No nos gusta —probablemente— el Fin o The end de la mayoría de los largometrajes y de los domingos. Nos resistimos a admitir que mañana será lunes como lunes serán —con su timbre depresivo— todos los momentos de contrariedad que nos toman por las orejas como a conejos vivos —al pronto troceados— ante los ajos que se doran inocentemente en la sartén. Eso son los lunes, desengaños, y eso tienen, un tufillo renaciente a final crónico de la alegría. Joder, joder.

 


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